[PODCAST] El 'amor eterno' y su fórmula (matemática)

Si de verdad queremos que la cosa dure mucho más que el enamoramiento, entonces debemos comprender los mecanismos de las relaciones duraderas.

 

No sé si usted lo ha notado, pero cada vez es más frecuente que los jóvenes, y algunos ya no tanto, expresen la envidia que les da ver a parejas de avanzada edad juntas después de muchos años de matrimonio o de estar juntos. También muy seguido no les faltan a esas parejas las preguntas sobre “cómo le han hecho uno para durar tanto tiempo casados”.

Por supuesto, esas preguntas tienen una carga vivencial bastante fuerte. Nuestra experiencia en el amor tiene lugar entre lo biológico, lo social y lo cultural. El amor, según los neurobiólogos, tiene una base química, y lo que funciona químicamente suele tener una función biológica o evolutiva. La neurobiología dice que el amor es un impulso, una motivación.
Es inevitable tener que volver al recurso fácil de decir que somos animales, y que por eso está en la naturaleza humana el impulso amoroso, que tiene una función estrictamente reproductora, pero si somos muy estrictos en esto, entonces tener hijos no implica necesariamente estar juntos de por vida. Los seres humanos occidentales solemos llenarnos la boca diciendo que sí creemos en general en el amor eterno –pero en realidad eso sólo vive en nuestro ADN cultural–. Y no falta que tengamos esa sensación, cuando nos enamoramos de verdad, que queremos y que confiamos en que esa vez sea -por fin- para siempre.
Bueno… No puedo negar que es una verdadera fiesta de los sentidos el estar inmersos en el entusiasmo y la algarabía cuando se está en la mitad de esa sensación potente y sublimadora del enamoramiento –y si usted ya la vivió, sabe perfectamente que existen pocas experiencias similares–, pero hay que entender que es, al final de cuentas, un proceso bioquímico cuya duración promedio no supera los dieciocho meses. ¿Y después de eso, qué? Pues la cosa se complica, sobre todo si pretendemos mantener el amor para siempre porque no tiene la misma lógica de la pasión amorosa. Si de verdad tenemos el ánimo de hacer que la cosa dure mucho más que el periodo de enamoramiento, entonces es necesario comprender los mecanismos que sostienen las relaciones duraderas.

Casarse y echar un volado

La tasa de divorcios en México se incrementó en un 57.26%, mientras que la de matrimonios disminuyó 24.68% en la última década, según los datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, y eso revela que cada vez se entiende menos el mecanismo de la durabilidad de los matrimonios y nos acercamos a niveles de países desarrollados, pues las tasas de divorcio en Europa y Estados Unidos están en una proporción muy próxima al 50%. Se puede decir que predecir el éxito de una pareja en Occidente es como echar un volado. Y si usted es de los que piensa que “primero hay que probar para ver si me quiero casar”, pues allí la cosa es mucho peor.
Esos datos plantean una cuestión fundamental sobre la validez del modelo estandarizado de pareja en el que creemos, pues de entrada tiene evidentes implicaciones para la salud y la economía, no sólo de los individuos sino de la propia sociedad. Si pensamos en nuestra sociedad mexicana como una empresa productora de un formato único de relación llamado matrimonio –o pareja estable–, con una tasa de fallo de ese producto cercana al 40%, desde hace mucho tiempo ya habría quebrado en un mercado competitivo.
Un punto de partida razonable es pensar que tantas rupturas no se deben a una multiplicidad de causas, sino que quizá hay un mecanismo general que subyace detrás del fracaso de las parejas. A fin de cuentas somos todos mucho más parecidos de lo que creemos –obedecemos los mismos principios psicológicos, cognitivos y conductuales, y nos desenvolvemos en el mismo entorno socio-cultural–.

¿Cuánto trabajo requiere el amor?

Hay un principio general en la psicología del amor: para mantener una relación viva y sana es necesario aportar energía a la relación. Esto parece un lugar común, de acuerdo: con el amor no basta, es necesario poner esfuerzo.
Bien, hace falta esfuerzo, pero ¿cuánto? ¿Cuánto esfuerzo es necesario para mantener una pareja feliz y duradera? Si lo vemos así, el diseño de una vida feliz en común es un proyecto de verdadera ingeniería sentimental: se trataría de estimar el costo en forma de esfuerzo de un proyecto sostenible en términos emocionales.
En efecto, el proyecto se puede formular como un problema matemático, o de ingeniería de control óptimo. Y de acuerdo a José-Manuel Rey, Profesor de la facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Complutense de Madrid, bajo hipótesis naturales de la psicología humana, el análisis del modelo revela que a una pareja ideal le resultará muy difícil mantener una relación exclusiva para siempre si la basa únicamente en el amor, porque si lo vemos como el insumo único para ese proyecto, su costo es más alto del que a priori están dispuestos a realizar.
Este análisis matemático sugiere también que las parejas tienen que afrontar un gap o una ‘brecha de esfuerzo’: independientemente de cuál sea su nivel de esfuerzo preferido, porque el nivel requerido para conseguir una relación de éxito es mucho mayor. Además, resulta que la dinámica de esfuerzo no es constante, de modo que cuando se relaja el esfuerzo requerido –debido al gap de esfuerzo– la inercia tiende a relajarlo más, llegando hasta niveles que hacen imposible que la relación sea viable con el tiempo.

Ese mecanismo refuerza la idea de que el modelo estándar de relación –la relación para siempre basada en el amor– típicamente no funciona. Es más bien una utopía –difícilmente alcanzable– que quizá debería ser revisada.

Buscando soluciones

Aunque crece día con día el interés social en la no monogamia y el poliamor, de cualquier manera, en todos los segmentos de edad, la mayoría de los individuos siguen creyendo que la mejor forma de vida está en la monogamia. Si nuestro proyecto de vida no se sale de este formato, entonces, la única forma de buscar que de verdad dure es modificando nuestro modelo mental de pareja ideal.
Por supuesto también podemos aceptar el hecho de que una relación quizá tiene una vida natural como la tienen los seres vivos –nace, crece, evoluciona y se acaba muriendo– y entonces obligarnos a vivir las rupturas sin amargura, como un proceso natural de maduración. Pero no parece la opción más prometedora, y mucho menos para quienes ya están entrados en años y aún siguen buscando incesantemente entre un montón de gente esas dosis de enamoramiento.
Si nos basamos en la propuesta matemática estructural que describimos hace unos momentos, entonces hay que modificar los valores para poder esperar la mejora del producto, y eso implica ni más ni menos que rebajar nuestras expectativas de lo que una pareja debe proporcionar. La lista de necesidades y aspiraciones que nos inventamos en nuestra cabecita loca a lo largo de nuestra adolescencia y parte de la edad adulta resulta, con mucha frecuencia, muy exigente: debe ser mi amante, debe ser mi amiga, debe ser mi compañera, debe ser mi confidente, debe ser mi cómplice, debe ser mi ayudante, debe ser mi acompañante, debe ser mi animadora, debe ser… debe ser… debe ser… Si de verdad queremos que dure un poco más esa nueva relación, entonces es inevitable que le quitemos de encima esa enorme lista de condiciones, pero sin que eso suponga que renunciemos a nuestro bienestar o a nuestra aspiración de felicidad.
Hay una amplia evidencia de que las relaciones sociales están asociadas a una vida más sana, larga y satisfactoria. Aquí sí es donde nos conviene decir que somos animales, y es que somos animales gregarios, dependemos de las relaciones sociales y ello nos hace más felices. Si aligeramos el peso de lo que uno espera de su pareja, y varias de esas necesidades manifiestas las trasladamos a otras personas de nuestra red social, la fórmula se modifica y puede contribuir a mejorar el bienestar de la pareja y de sus miembros.

Más modestos y más eficientes, la clave

En resumen, y para explicar con palitos y crayones la fórmula matemática del amor duradero, se trata de que seamos más modestos, menos exigentes en los requerimientos que debe satisfacer la pareja que andamos buscando o que ya tenemos, y buscar solventarlas y distribuirlas entre otras personas fuera de nuestro círculo íntimo para poder equilibrar nuestras demandas encontrando a nuestros proveedores de esas exigencias en otras fuentes, ya que estamos usando términos empresariales. Si dejamos de cargarle a nuestra pareja toda esa listota interminable de condicionantes, y las distribuimos entre más personas, no sólo mejoraremos el bienestar emocional y físico de cada persona involucrada, sino que además disminuiremos la presión sobre la persona que se supone queremos, aliviaremos el esfuerzo que también ella debe poner para sostener la relación y, ahora sí entre los dos, la expectativa de éxito de esa unión se incrementa de forma importante.
En ciencias sociales y en economía existe un concepto que se llama Eficiencia de Pareto, y consiste en la aplicación de una corrección en la que mejoran todas las partes. Si dejamos de ser tan exigentes en nuestras relaciones, y si cargamos nuestras demandas de atención en más personas, y además somos recíprocos y también alimentamos nuestra parte para todos… quién sabe… puede que en algunos años, o incluso en muchos, pueda usted decir que su vida amorosa tuvo éxito gracias a un humilde y sencillo podcast que escuchó hace ya mucho tiempo.