El hartazgo de Vladimir Putin sin duda costará miles de vidas.
La invasión de Rusia a Ucrania ha conmocionado al mundo, pero en muchos sentidos, Vladimir Putin se ha estado preparando para esto durante algún tiempo.
Para Putin y al menos algunos rusos, los villanos de la crisis no son solo los nacionalistas ucranianos, sino también los gobiernos occidentales. Considera que Occidente tiene un conjunto de estándares para sí mismo y otro para países como Rusia.
Comprender este aspecto de la perspectiva de Putin sobre el mundo es crucial para comprender por qué ha estado tan poco dispuesto a retroceder ante lo que considera como intransigencia e hipocresía occidentales.
Las nociones rusas de la hipocresía occidental tienen una larga historia que se remonta al período de la Unión Soviética y la Guerra Fría. Un evento particularmente crucial fue la Crisis de los Misiles en Cuba en 1962. Durante esa crisis, Estados Unidos cuestionó si era razonable que la Unión Soviética colocara armas nucleares en Cuba, mientras que al mismo tiempo colocaba sus propias armas cerca de la Unión Soviética en Turquía.
En ese momento, EE. UU. invocó la Doctrina Monroe, presentada por primera vez en 1823 como afirmación del dominio estadounidense en el hemisferio occidental. Los políticos estadounidenses dijeron que les dio carta blanca para evitar la influencia extranjera en las Américas.
Aunque al líder cubano Fidel Castro le hubiera gustado, a Cuba nunca se le permitió unirse al Pacto de Varsovia, el equivalente soviético de la OTAN. La Unión Soviética era consciente de que habría sido extremadamente provocativo permitir que Cuba lo hiciera.
La Doctrina Monroe ha persistido mucho después de la Crisis de los Misiles en Cuba y se reflejó en las invasiones estadounidenses de Granada y Panamá en 1983 y 1989 respectivamente. Estados Unidos nunca ha renunciado formalmente a la Doctrina Monroe, y sigue siendo parte de la caja de herramientas políticas estadounidenses cuando es necesario.
La Unión Soviética intentó introducir algo similar, en lo que se conoció como la Doctrina Brezhnev en honor al presidente Leonid Brezhnev, y así intervino en los países donde el régimen socialista estaba amenazado, aunque fuera por la fuerza.
En Occidente se consideró que esto carecía de la misma legitimidad que la Doctrina Monroe porque la causa estadounidense se consideraba justa y la soviética injusta. Putin ahora está poniendo en práctica su propia Doctrina Monroe, o Brezhnev.
Para muchos en la Rusia postsoviética, Occidente tiene, hasta ahora, un historial de burla rutinaria al derecho internacional al invadir otros estados, a menudo por capricho. El mejor ejemplo de esto es la invasión de Irak en 2003. Las “armas de destrucción masiva” de Saddam Hussein nunca se materializaron y, a menudo, se las considera un pretexto fabricado para la intervención occidental.
La intervención de la OTAN en Yugoslavia en la década de 1990 proporciona otro ejemplo favorito de Rusia de la voluntad occidental de ignorar las fronteras internacionales cuando sea conveniente. Occidente supervisó la fragmentación de Yugoslavia, donde apoyó la separación de Kosovo de la Serbia respaldada por Rusia.
Para Putin, la protección de los rusohablantes en Ucrania es un motivo de intervención tan justificable como los que ofrece Occidente en Irak y Yugoslavia.
A los ojos de Rusia, Occidente ha sido el agresor hasta ahora, aprovechando la debilidad rusa desde el colapso de la Unión Soviética para apoyar a los gobiernos nacionalistas en el antiguo espacio soviético. Estos países a menudo han tenido grandes minorías rusas dentro de sus fronteras.
La expansión de la OTAN en la antigua Unión Soviética ciertamente ha sido, desde la perspectiva del gobierno ruso, una traición a los compromisos occidentales al final de la Guerra Fría de limitar la expansión de la OTAN a una Alemania unida. También se ha visto como parte de una amenaza creciente para la seguridad de Rusia, y justo en su patio trasero.
Sin duda, el gobierno ruso ha considerado que el armamento de Ucrania por parte de Occidente proporciona a los ucranianos los medios para finalmente aplastar a las fuerzas separatistas prorrusas en el este sin tener que otorgarles el tipo de autonomía que se sugirió en los ahora desaparecidos Protocolos de Minsk de 2014-15. Estos acuerdos fueron diseñados para poner fin a una guerra separatista de hablantes de ruso en el este de Ucrania.
Para Putin, la única solución frente a la falta de progreso en los Protocolos de Minsk y la falta de voluntad occidental para tomar en serio las demandas rusas ha sido reconocer las repúblicas disidentes y pasar de la acción militar encubierta a la abierta.
El enfoque occidental de la diplomacia con Rusia y otras potencias que no son “uno de nosotros” ha desempeñado un papel toral en colocar la crisis en su punto actual y trágico.
Cuando un padre disciplina a un hijo, esa disciplina es efectiva si no se sale con un “haz lo que yo digo, no lo que yo hago”. El hartazgo de Vladimir Putin sin duda costará miles de vidas.