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En la carpa diplomática más cutre del mundo, es decir, la de México y Estados Unidos, nuestra flamante presidenta Claudia Sheinbaum Pardo ha decidido convertir el Palacio Nacional en el escenario de una magistral demostración de malabarismo verbal tras los inesperados —pero absolutamente predecibles— comentarios del presidente estadounidense Donald Trump. Porque, ¿qué sería de la relación bilateral más importante de México sin una buena dosis de declaraciones incendiarias seguidas por desesperados intentos de apagar el fuego?
Mientras hoy celebramos tirados en la hamaca la victoria mexicana sobre el ejército francés de hace 163 años, Sheinbaum se enfrentaba a otra batalla: cómo responder diplomáticamente a quien acaba de insinuar que le tiemblan las rodillas frente a los cárteles. Con la serenidad de quien camina sobre cristales rotos con pantuflas de Temu, la mandataria mexicana declaró que "hay muy buena comunicación" con el gobierno estadounidense. Una afirmación tan creíble como un billete de ocho y medio pesos, especialmente cuando viene después de que Trump básicamente la retrató como una líder paralizada por el miedo al narcotráfico.
"Para qué generar un desencuentro", expresó Sheinbaum con ese tono conciliador que parece decir: "por favor, no me hagan contestar otro berrinche trumpiano que no entendemos". Y añadió: "Yo no quisiera que la comunicación entre el presidente Trump y su servidora, entre Estados Unidos y México, fuera a través de los medios y declaraciones a los medios, es una comunicación fluida buena en donde tenemos muchísimos acuerdos". Traducción real: "Por favor, Donald, usa el teléfono y deja de humillarme públicamente cada vez que necesitas quedar bien con tu base electoral".
La presidenta presumió haber sostenido "más de cinco llamadas telefónicas" con Trump, como quien presume tener el número de WhatsApp de una celebridad. Lo que no mencionó es cuántas de esas llamadas terminaron con ella sosteniendo el auricular a distancia mientras del otro lado se escuchaban exigencias sobre muros, aranceles y ahora, para variar, tropas estadounidenses en territorio mexicano.
Con la delicadeza diplomática que amerita el caso, Sheinbaum nos recordó que "a veces no estamos de acuerdo en algunos temas, pero estamos dialogando permanentemente, que es algo normal y natural". Normal y natural, claro, como tener un vecino que constantemente amenaza con invadir tu jardín para arreglar tus problemas de plagas porque considera que no estás fumigando correctamente.
Y es que, en el fondo, Sheinbaum tiene razón: no es posible permitir que Estados Unidos meta siquiera un pie a nuestro territorio, así diga que es "con las mejores intenciones", porque todos sabemos que una vez puesto un pie dentro, ya no lo quitarán. Pregúntenle a cualquier país que "aceptó" la "ayuda" estadounidense y que ahora ya no encuentran cómo quitarse de encima los puestos de avanzada gringos.
"No quisiera que se volviera esto un debate a través de los medios de comunicación con el gobierno de los Estados Unidos", insistió la presidenta, utilizando más palabras para decir exactamente lo mismo que ya había dicho, quizás esperando que la repetición convierta sus deseos en realidad. Una estrategia tan efectiva como pedirle a un huracán que por favor se desvíe usando el poder de la persuasión.
Lo verdaderamente revelador vino cuando reconoció que le dijo a Trump que no se aceptaría la presencia del Ejército estadounidense en México, "pero sí podría haber colaboración". Un matiz tan delgado como la línea entre soberanía e intervención extranjera. ¿Colaboración? ¿Exactamente qué tipo de "colaboración" está dispuesta a aceptar la presidenta cuando el mandatario vecino ya habla abiertamente de mandar tropas? ¿Asesoría por Zoom? ¿Consultorías estratégicas a distancia? ¿O tal vez unos cuantos "asesores militares" que casualmente vendrán armados hasta los dientes?
En un giro digno de las mejores rutinas de stand-up político, Sheinbaum destacó como un logro sin precedentes que Trump sea el primer presidente estadounidense en señalar "mano dura" al tráfico de armas hacia México. Aplausos para el magnate que finalmente reconoce lo obvio: que las armas usadas por los cárteles mexicanos provienen mayoritariamente de tiendas estadounidenses, donde comprar un arsenal es más fácil que conseguir medicamentos en la megafarmaciota que sirve para nada. Todo un avance diplomático.
Mientras tanto, del otro lado de la frontera, Trump estaba decidido a no dejar que la diplomacia arruinara una buena provocación. Con la sutileza de un toro en una tienda de regalos, el mandatario estadounidense confirmó a la periodista Libbey Dean de News Nation: "México dice que yo ofrecí enviar tropas de Estados Unidos a territorio mexicano para encargarse de los cárteles. Es cierto, absolutamente". Una confesión tan franca como innecesaria, pero totalmente on-brand para quien convirtió Twitter (ahora X) en su herramienta diplomática favorita durante su primer mandato.
Trump, siempre dispuesto a ofrecer "ayuda" no solicitada, declaró: "Si México quisiera ayuda con los carteles, sería un honor para nosotros ir y ayudarla. Se lo dije (a Sheinbaum). Sería un honor para mí ir y hacerlo". Un honor comparable, quizás, al que sintieron los marines estadounidenses cuando ocuparon Veracruz en 1914, o al que experimentaron las tropas norteamericanas durante la llamada "Expedición Punitiva" contra Pancho Villa. La historia nos enseña cuán "honorables" han sido estas intervenciones militares estadounidenses en México.
Pero la verdadera joya de la diadema trumpiana fue su diagnóstico psicológico a distancia sobre nuestra presidenta: "Ella tiene tanto miedo de los cárteles que no puede caminar; esa es la razón", afirmó Trump con la precisión clínica de quien nunca ha pisado una escuela de medicina. "Y creo que es una mujer encantadora. La presidenta de México es una mujer encantadora, pero le tiene tanto miedo a los cárteles que ni siquiera puede pensar con claridad".
Pocas veces en la historia diplomática reciente un mandatario extranjero ha insultado tan eficientemente a otro jefe de Estado en tan pocas palabras: la llamó cobarde, paralizada y mentalmente confundida, pero "encantadora" —ese último adjetivo, el insulto final envuelto en falsa caballerosidad. Todo un tratado de psicología geopolítica por parte de quien ya empezó a temblar de pavor ante la muy bien plantada defensa china ante sus aranceles.
Es revelador que mientras Trump caracteriza a Sheinbaum como temblorosa ante los cárteles, su administración ha "incrementado constantemente su presencia militar a lo largo de la frontera con México en los últimos meses", convirtiendo la región fronteriza en un virtual estado de excepción militarizado. Esto después de que en enero ordenara que el Ejército tuviera "mayor participación para frenar el flujo de migrantes" —porque claramente los soldados armados son la solución ideal para gestionar crisis humanitarias, según la doctrina trumpiana de relaciones exteriores.
Lo que queda claro en este intercambio bilateral es que Sheinbaum enfrenta el mismo dilema que sus predecesores: cómo mantener la dignidad nacional sin provocar la ira del volcánico vecino del norte. Una danza diplomática donde México siempre calza los zapatos más apretados.
Esta nueva crisis llega apenas cuando Ernesto Zedillo, expresidente de México, criticó a Sheinbaum en una entrevista con León Krauze, recordándole que "la función de un Presidente no es ser popular, sino servir a la nación". Consejo que llega en el momento perfecto, cuando la mandataria debe elegir entre la popularidad de mantener una postura firme ante Trump o el pragmatismo de no antagonizar al líder de nuestro principal socio comercial.
En el fondo, este intercambio de declaraciones revela la asimetría perpetua en la relación México-Estados Unidos: Trump puede permitirse insultar abiertamente a la presidenta mexicana sin consecuencias, mientras Sheinbaum debe medir cada palabra como quien camina por un campo minado en tacones. Una dinámica tan antigua como injusta, pero tan mexicana como el mole poblano.
Los mexicanos observamos este espectáculo diplomático con la resignación de quien ha visto esta película demasiadas veces. Y los cárteles, supuesto tema central de la discordia, seguramente observan con diversión cómo los presidentes de ambos países discuten sobre ellos, mientras continúan sus operaciones transnacionales con la eficiencia que esos mismos gobiernos envidiarían.
Queda por verse si los "muchísimos acuerdos" que Sheinbaum dice tener con Trump lograrán sobrevivir hasta la próxima provocación del mandatario estadounidense, porque si algo nos ha enseñado la historia reciente es que en la era Trump, la diplomacia mexicana ya dejó de ser un arte para pasar a convertirse en un vodevil barato, aburrido y sin resultados que, oootra vez, nos ha demostrado que es tan frágil como un juego de jenga en medio de un huracán categoría 5.