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Si hubiera un mundial de ignorancia y estupidez, los funcionarios y legisladores de la Ciudad de México serían los campeones indisputados, pues están a punto de lograr lo increíble: que nuestra capital deje de ser sede mundialista en 2026, pero no por culpa de la FIFA o de Donald Trump, sino por pura y estrepitosa incompetencia propia.
La sinfonía del desastre comenzó con Clara Brugada, la jefa de Gobierno, quien junto a los 16 alcaldes decidió que era buena idea jugar con fuego legal al presentar una serie de acciones usando las palabras "Mundial" y "Mundialito" como si fuera una feria de pueblo. Lo que estos visionarios del derecho deportivo ignoran es que dichas denominaciones están registradas exclusivamente a nombre de la FIFA, esa pequeña federación suiza que controla el fútbol mundial con puño de hierro y legiones de abogados. Es como si decidieran abrir una "Coca-Cola casera" y luego se sorprendieran de recibir amenazas de despachos legales.
Pero la creatividad legal de nuestros gobernantes no se detuvo ahí. También presentaron una mascota, un simpático ajolote que, por supuesto, no es la que la FIFA tiene programada para las ciudades sede en América del Norte. Porque, ¿para qué seguir los protocolos internacionales cuando puedes inventar los tuyos sobre la marcha? Es como llegar a una boda en calzones porque "así me gusta más".
El festival de la imprudencia jurídica alcanzó su clímax cuando los diputados locales Fernando Zárate, de Morena, y Jesús Sesma, del Partido Verde, decidieron demostrar su profundo conocimiento del derecho deportivo internacional presentando iniciativas que prohíben a los patrocinadores de la FIFA anunciarse en eventos deportivos. Para ellos lo que necesita México es una guerra comercial con las marcas más poderosas del planeta. Samsung, Coca-Cola, Adidas y otros gigantes seguramente están temblando ante la férrea determinación de estos legisladores que confunden el Congreso local con un casino donde se puede apostar el futuro de la ciudad.
Todo este carnaval de negligencia se desarrolla en flagrante violación de los acuerdos firmados entre el gobierno federal y el de la CDMX con la federación que capitanea Gianni Infantino. Y por si fuera poco, según fuentes conocedoras del tema, todo este desaguisado ya está siendo reportado en la sede de la FIFA en Suiza, donde seguramente los ejecutivos se frotan los ojos incrédulos ante la capacidad autodestructiva de los funcionarios capitalinos.
Como si el panorama no fuera lo suficientemente desolador, la inseguridad decidió hacer su aparición estelar. Los homicidios de alto impacto de la semana pasada que involucraron a cercanísimos colaboradores de Brugada le dieron la vuelta al mundo. Marco Rubio, secretario de Estado de Estados Unidos, no pudo ser más claro el martes pasado: "Creo haber escuchado anoche que otras dos personas fueron asesinadas en la CDMX, vinculadas con la alcaldesa de la ciudad. La violencia política allí es real".
Cuando el secretario de Estado de la potencia mundial comenta públicamente sobre la violencia en tu ciudad, no es precisamente el tipo de publicidad que ayuda a una sede mundialista. Es como intentar vender un tiempo compartido mientras hay tiburones devorando turistas en la orilla.
El presidente Donald Trump en varias ocasiones ha declarado que el Mundial 2026 es "suyo" —y digamos que tiene un 5% de razón, pues él lo cabildeó con la FIFA de la mano de Bob Kraft, dueño de los Patriotas de Nueva Inglaterra, y de Emilio Azcárraga, propietario y presidente del Club América—, y seguramente debe estar observando este espectáculo con una mezcla de diversión y oportunismo. Nada le daría más gusto que poder inaugurar el Mundial 2026 exclusivamente en Estados Unidos, especialmente considerando que parece imposible que visite el Estadio Azteca en junio de 2026, cuando arranque la justa futbolera.
Pero aquí viene lo más delicioso de esta tragicomedia: no es que la FIFA o Trump nos vayan a "quitar" el Mundial. Sencillamente, la CDMX y sus diputados están violando sistemáticamente todos los protocolos que la FIFA firmó con todas las sedes mundialistas, y de no corregirse, la federación internacional aplicaría la cláusula de incumplimiento (default), más las penas convencionales por los trabajos que ha realizado junto con los patrocinadores, mismos que ahora se ponen en riesgo por la improvisación gubernamental.
Es el caso extraordinario de una ciudad que se está disparando en el pie con una metralleta, mientras sus funcionarios aplauden creyendo que están haciendo pirotecnia. La CDMX no necesita enemigos; con autoridades como estas, la autodestrucción está garantizada.
Mientras este asunto delicado parece estar completamente fuera de control, surge una pregunta inevitable: ¿será momento de que Gabriela Cuevas, como coordinadora para el Mundial 2026, empiece también a revisar los temas de los gobiernos de la CDMX, Monterrey y Guadalajara de cara al Mundial? Porque si las otras sedes están siguiendo el ejemplo capitalino, tal vez deberíamos empezar a considerar que el Mundial 2026 se juegue exclusivamente en Estados Unidos y Canadá, dejando a México como el país que logró la hazaña histórica de perder una Copa del Mundo por la increíble incompetencia e ignorancia de sus políticos.
Al final, la verdadera pregunta no es si México conservará sus sedes mundialistas, sino cuánto tiempo más podrán nuestros funcionarios mantener este nivel de creatividad autodestructiva sin que alguien, por favor, les explique que gobernar no es un juego de improvisación donde se vale todo.