En resumidas cuentas, anular el voto en México es el equivalente exacto de darle más dinero y más poder a los partidos fuertes.
Seguro ya lo sabes, pero por si las recochinas dudas, te lo recuerdo: el 6 de junio de este año habrá elecciones en 15 estados de México y en el Congreso a nivel nacional. Igual que tú, yo estaré ante una disyuntiva desesperanzadora: votar por alternativas que no nos convencen o no nos gustan del todo o terminar por anular nuestro voto.
Es comprensible y respetable. Se trata de una reacción natural ante la frustración de muchos electores del país que se enfrentan con el dilema de no vernos representados por los partidos políticos o sus candidatos, tanto a nivel municipal, estatal y nacional. Yo también he estado en esa encrucijada y la verdad no han faltado veces en las que he considerado desentenderme por completo de los procesos electorales en otras elecciones ante la raquítica y vergonzosa oferta de los partidos políticos.
Sin embargo, el hecho ineludible es que cada elección es importante salir a votar por alguien, aún cuando no nos convenza.
La razón de peso, en particular para esta elección, es que la composición del Congreso será vital durante los últimos tres años de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador. Hasta ahora su Congreso, en el que tiene mayoría y busca mantenerla en estos comicios, le ha permitido implementar una política de austeridad que ha llevado a que México sea uno de los países del mundo con menor gasto público durante la pandemia, lo que ha tenido consecuencias devastadoras para los mexicanos, sobre todo los más pobres. Nuestro voto puede romper con esa política, o fortalecerla.
Vale hacer un poco de memoria. En 2018 López Obrador hizo campaña con la premisa de poner por delante de sus políticas públicas a los pobres, incrementar de forma sustancial el gasto social y borrar del mapa los privilegios y las influencias del capitalismo en la administración pública. A unos pocos meses de que llegue a la primer mitad de su sexenio ciertamente su gestión ha logrado avances importantes en materia laboral y en el fortalecimiento del cobro de impuestos a los contribuyentes, pero también hay que decir que la llegada de la pandemia mostró a los mexicanos una parte difícil de comprender y que coloca a México en una posición difícil, sobre todo en materia de salud pública. Indudablemente usted encontrará a personas que están a favor o en contra de logros y retrocesos, y más allá de que usted tenga preferencias partidistas o no, el voto en esta ocasión servirá para darle continuidad a esta estrategia de gobierno, o para cambiarla de rumbo. De ese tamaño es la importancia de las elecciones de este 2021.
El asunto es entonces lidiar con el hecho de que las alternativas de los otros partidos no son lo suficientemente convincentes. Es un dilema que por el momento no tiene una solución fácil para muchos, pero lo que sí es claro es que la peor opción para enfrentarla es anulando el voto.
Usted puede rebatir todo lo que guste a favor de esta decisión, que insisto, siempre es respetable, pero nada conveniente para el país, y no le daré un argumento, sino tres, para explicarle el porqué yo no anularé mi voto:
Anular el voto no es un manifiesto en contra del sistema, sino votar a favor del partido en el poder. La legislación electoral mexicana indica que la cantidad de dinero público que reciben los partidos para sus actividades está en su mayoría determinada por los votos, por lo que quien tiene más votos, recibe más dinero. Sin embargo, a la hora de anular el voto o emitir un voto nulo, no se cuentan como votos y por tanto no influyen en la repartición del dinero disponible. Para el cálculo del dinero estas anulaciones son eliminadas, y esto amplifica el efecto de los otros votos. Allí le la un ejemplo: en una elección en donde la votación se divida de 55 a 30 por ciento entre dos partidos, con un 15 por ciento de la población anulando su voto, la proporción de voto considerada para repartir el dinero sería ajustada para ser 65 a 35 por ciento, extrayendo los votos nulos como si no hubieran pasado.
Dicho de otra forma, anular el voto es votar por hacer aún más fuerte la decisión de quienes sí votaron por un partido específico, y provoca además que esa decisión perdure más allá de la elección, pues distorsiona la distribución de recursos entre los partidos políticos al favorecer a quien ya llevaba la delantera.
En resumidas cuentas, anular el voto en México es el equivalente exacto de darle más dinero y más poder a los partidos fuertes.
¿Cómo demonios permitimos que pasara eso? Pues, obviamente, anulando los votos y dejando que otros tomen decisiones en nuestro lugar y a nuestro nombre. Nuestra pereza política, nuestro desentendimiento de lo que hacían nuestros representantes en el Congreso y en el Senado permitió que las políticas implementadas en las últimas dos décadas hayan convertido a México en una plutocracia con disfraz de democracia que se dedicó a crear una estructura que mina la transparencia y la existencia de contrapesos, y hoy vemos que van por más, pues ahora se está intentando debilitar a los organismos independientes de rendición de cuentas, se está atacando a la prensa independiente, se está buscando deteriorar y desanimar a la sociedad civil activa y fortalecida. Los electores de México necesitamos mejores partidos que realmente nos representen con profesionalismo desde todos los ámbitos y espacios del poder para superar de una vez por todas a los partidos que se hacen ricos gracias precisamente al empobrecimiento de la democracia y a la erosionada administración pública por ineficiencia, corrupción o tentaciones personalistas.
La segunda razón para no anular el voto es a nivel estatal. Y es que por la forma en la que se cuentan los votos no es posible determinar si estos fueron anulados a propósito o no. No hay que perder la posibilidad de mandar señales claras de que sí hay mejores candidatos que otros, aún si ninguno es perfecto. Este horno ya no está para bollos, y eso de andar mandando mensajes ambiguos a la clase política ya no es de personas adultas, y mucho menos cuando queda claro que estas elecciones pueden cambiar el rumbo del país.
La tercer razón para no anular el voto tiene que ver con las elecciones intermedias, que ya de por sí suelen tener muy baja participación y anular el voto en ellas reduce aún más el número de electores que influye en la selección candidatos. En la última elección intermedia, en 2015, solo el 47 por ciento de los votantes determinaron cómo se vería el Congreso nacional. Si se repitiera el abstencionismo de la elección pasada y el voto nulo aumentara, el porcentaje podría ser aún más alto, dejando a la democracia mexicana como un ejercicio de una minoría que decide con muy pocos arrestos el destino y la vida de una mayoría.
La democracia en México es como la vida misma: no es nada fácil, y muchas veces es una decisión entre lo malo, lo más malo y lo peor, sin embargo, para poder vivirla plenamente, tenemos que tomar decisiones sobre ella para tomar el control y que nadie más decida sobre nuestra existencia. A veces también simplemente es aburrida, no ofrece variedad y, de cualquier manera, hay que hacer algo al respecto para que la próxima vez esté llena de variedad y de sorpresas. La democracia es parte de ser mexicanos, y si de verdad nos sentimos ciudadanos de este país, pues a darle, debemos meternos a seleccionar lo mejor, o lo menos peor, según sea el caso, para de verdad cumplirle a la patria.
¿Que si es una decisión difícil? ¡Claro que lo es! Y lo que nos toca ante ello es tomar decisiones difíciles y votar.
