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[Podcast] Sobra lo que (creemos) nos falta

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Cuando empezamos a ver lo que nos sobra y nos deja de importar lo que nos falta estamos listos para conquistar lo que importa: nosotros mismos.

Diariamente, prácticamente a todas horas, es muy frecuente escuchar decir a muchas personas el montón de cosas que las agobian, con especial énfasis en sus carencias personales, y en cuento empieza ese relato, inevitablemente viene tras él un larguísimo inventario de lo que creen que no tienen: "No tengo autoestima. No tengo confianza en mí mismo. Si pudiera estar más tranquilo. Si no fuera por esto. Si no fuera por lo otro. Si no fuera por aquello. A ver si encuentro eso que me falta. Cuando tenga un mejor trabajo. Si no hubiera perdido eso. Si tuviera aquello". Son personas que sólo hablan de lo que no existe.

Carecer de ventajas, no tener aptitudes y que nos falten elementos para crecer puede ser un estímulo poderoso para activarnos y conseguirlas, sin duda, pero para algunas personas se vuelve un pesar su listado de carencias basado en la falta de posibilidades, capacidad y merecimiento. Creen que están necesitadas, que son incapaces y que están negadas a la autoestima.

Otra variante de esas mismas personas son las que usan la carencia como el eslabón perdido en su imagen perfecta. Son muy exigentes consigo mismas, se enojan fácilmente por tonterías y su ego aparenta ser muy alto, al grado de parecer narcisistas, no toleran la crítica y viven amargadas porque a todo le falta 'eso'. Ambos casos tratan de escapar del vacío en el que viven a través de la ilusión de que llegará ese día en el que se encontrarán con todo lo que les faltó, o con todo lo que algún día soñaron tener. Pero viven en una terrible trampa, porque terminan aprendiendo a vivir en la carencia que los embarga, y no en el deseo de lo que ya tienen.

El supuesto anómalo de lo que creemos no tenemos se retrata mejor con quienes son eternamente enamoradizos, porque amar así es no conocer el amor. Saben cómo buscarlo, cómo desearlo, cómo sentirse vacíos por su inexistencia, cómo extrañar los amores vividos, los pasados y los perdidos. No saben amar porque no han convivido amorosamente. Por eso creen que les falta, y no viven porque se la pasan soñando que cuando por fin lo encuentren ahora sí su felicidad será completa, pero en cuanto logran esa nueva conquista  vuelven al círculo vicioso que los llevó a ese mismo lugar.

Otra historia parecida es la de las personas que protegen a los demás pero que nadie las protege a ellas. Cuando alguien intenta cuidarles no lo saben ver y no lo permiten. Huyen de la protección porque no saben dejarse proteger. Es justo el mismo problema de los que viven en la falta de amor, porque sólo han vivido una vida deseando tenerlo, pero les es imposible entender una vida teniendo lo que tanto quieren tener.

En otras palabras, a fuerza de no saber reconocer lo que tienen lo pierden, porque eso es justo lo entienden de la vida: no tenerlo.

Reconocer el amor o la protección demanda primero conocerlos, y para lograrlo es necesario quitarnos de encima lo que nos sobra. Todo ese supuesto desamor, todas esas faltas, toda esa ensoñación, todo ese miedo, todo ese hedonismo. Todo eso nos sobra. Nos estorba para crecer.

Quienes detectamos esas dolencias en esas personas no somos mejores, porque solemos ser muy injustos con ellas, porque les exigimos de una manera cruel y despiadada que se ocupen de llenar el vacío que vemos en ellos y casi los condenamos por no tener capacidad de ser felices de una vez por todas. Eso es inhumano de una forma atroz, porque desde nuestra arrogancia y petulancia les apuntamos a una meta que es inalcanzable para ellos porque acentúa sus faltas. Cuando desde nuestra vanidad les mostramos con saña que el agujero en sus vidas es casi imposible ocuparlo, lo único que hacemos es ahondar la desesperación de no tener cómo llenar ese pozo sin fondo. Los fatuos somos los menos indicados para ayudar a quienes nada tienen para evadir la angustia de no saber qué hacer.

La clave es precisamente identificar lo que sobra para ayudarles a desprenderse de todo eso y estar cada vez más ligeros. 

La idea del trabajo sufrido y el miedo a la nada tienen su origen e historia, y específicamente nació en la era de la posguerra, nuestros bisabuelos la padecieron, nuestros abuelos la aprendieron a rajatabla, nuestros padres nos la taladraron en el cerebro y ahora estamos tratando de que nuestros hijos la instalen en sus cerebros. No es fácil siquiera pensar en no vivir en ese estado porque de niños la escuchamos una, y otra, y otra vez en nuestras casas. Los relatos de la carencia pura y dura, y las historias de los tiempos en los que no sobraba nada porque faltaba de todo permanecen, y la idea de que hay que ganarse la vida, no el sueldo, reproduce una visión de carencia en todos los ámbitos.

Así hemos construido la visión de un mundo en el que nos parece que vivir demanda un esfuerzo sobrehumano, y que la única forma de salir de él y triunfar a pesar de él es conseguir todo lo que no tenemos. Seguimos sobrevalorando una supuesta dignidad que exige vivir sin grandes faltas. La sociedad nos reconoce por presumir lo que hemos logrado (títulos, propiedades, éxito y un largo etcétera). Y todo eso es precisamente lo que no nos sirve para alcanzar la verdadera felicidad.

No es necesario ganarse la vida, porque ya lo hicimos al nacer. Ya estamos aquí. La vida hay que merecerla. Nuestro trabajo es aprender a tener una vida buena, más que ansiar una buena vida.

Si desperdiciamos nuestra vida pensando en lo que no tenemos caemos en una comparación tramposa que la mercadotecnia y los publicistas explotan muy bien. Queremos parecernos a los ricos y a los exitosos, y eso nos mete la idea de las carencias.

Tener y no tener está sólo en nuestra mente, y depende únicamente del debate mental que tenemos con nosotros mismos. Y aunque el diálogo es con nosotros mismos, gran parte de lo que pensamos viene de fuera. Se ha construido con paradigmas dominantes como la política, la religión, la ciencia o la economía. Muchas veces pasa que lo que creemos necesitar tiene su origen en dialécticas creadas por esos paradigmas: lo que podemos o no podemos (política); lo que debemos o no debemos (religión); lo que sabemos o no sabemos (ciencia), o lo que tenemos o no tenemos (economía).

Por eso es fácil caer en la trampa del “no puedo”, “no debo”, “no sé”, “no tengo”, y nos lleva con increíble facilidad a la desesperación de convivir con ese yo atrapado por todo lo que no puede alcanzar.

Haga usted la suma: carencias individuales, paradigmas dominantes, y necesidad de consumo inducido por los medios. Es así como acabamos viviendo con la falsa idea de que no tenemos lo que nos merecemos, o peor aún, que no nos merecemos lo que tenemos.

La libertad se alcanza cuando se ejerce el desarraigo a los mundos ideológicos, los mitos, los paradigmas, la religión, los prejuicios culturales y las interpretaciones tradicionales, y para empezar a liberarse de ellos hay que pintarlos como lo que en realidad son: frases de abuelos, padres, medios, políticos, religiosos y supuestos líderes de opinión que nada valen, porque su único mérito es haber sido transmitidas en los usos sociales, pero no en la vida práctica.

Cuando comenzamos a cuestionar esas sentencias lapidarias de lo que supuestamente nos exige la vida, y empezamos a ver lo que es realmente la vida y el enorme valor de lo que ya tenemos, entonces es cuando comenzamos a saborear la verdadera libertad que nos permite estar en paz, para luego liberarnos de tanta dialéctica mental y apropiarnos de nosotros mismos.

Muchas religiones lo comparan con el estado de gracia o con el conocimiento en Dios, en Huitzilopoxtli, en Alá, en Yahvé, en Jehová, en Shiva, en Visnú, en Zeus o en Ra, pero es simple y sencillamente comenzar a amar lo que es propio y no desear lo ajeno. Ya sea que usted lo denomine como Dios, o como la tranquilidad, el sosiego, la armonía, la calma, el reposo, la amistad, la quietud, o la sensación de unión con todas las personas, cuando empezamos a ver lo que nos sobra y nos deja de importar lo que nos falta, es entonces cuando comenzamos a convertirnos en humanos listos para conquistar lo que verdaderamente importa: nosotros mismos.

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@ELREPORTERO en vivo | José Antonio Zapata Cabral: [Podcast] Sobra lo que (creemos) nos falta
[Podcast] Sobra lo que (creemos) nos falta
Cuando empezamos a ver lo que nos sobra y nos deja de importar lo que nos falta estamos listos para conquistar lo que importa: nosotros mismos.
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